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Asociación Interamericana de Ingeniería Sanitaria y Ambiental

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A dos años del paso devastador del huracán María a través de Puerto Rico, la reconstrucción de nuestra infraestructura verde anda tan rezagada como la reconstrucción del sistema eléctrico, de las 30,000 viviendas con toldos y de otros componentes de la infraestructura de nuestra isla.

La situación con respecto a los fondos federales para reconstruir esta infraestructura ha recibido, con mucha razón, mucha atención de parte del pueblo y los medios de comunicación. Preocupa, sin embargo, la abulia que prevalece con respecto a la necesidad apremiante de reconstruir componentes esenciales de nuestros recursos naturales que brindan servicios de incalculable valor para el pueblo de Puerto Rico, como los árboles, arrecifes de coral, entre otros.

Puede ser que el reverdecer de nuestro entorno está dando la falsa impresión que “la naturaleza ya de recuperó”, y por lo tanto, nuestra ayuda ya no es necesaria.

Limitaré mi exposición en esta columna a los árboles. De acuerdo con un estudio realizado por la Universidad de California en Berkeley, el huracán María arrancó de cuajo más de 91 millones de árboles y partió una cantidad similar de árboles. La secretaria de Recursos Naturales y Ambientales informó que el huracán destruyó el 98% de los árboles maduros en los bosques administrados por el gobierno de Puerto Rico.

Esta destrucción de árboles, conjuntamente con las torrenciales lluvias durante e inmediatamente después del huracán, propició el arrastre de grandes cantidades de sedimentos a nuestros ya sedimentados embalses. El presidente de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA) estima que los embalses perdieron un 10% adicional de su capacidad de almacenamiento. Antes del paso del ciclón María, Carraízo había perdido el 47% de su capacidad de almacenamiento. El embalse Dos Bocas, que suple al Superacueducto, había perdido el 63% de su capacidad. Después de huracán, los números son, en el mejor de los casos, 57% y 73%, respectivamente.

El problema es que debido a la destrucción de los árboles, cada vez que ocurre una lluvia intensa, se arrastran sedimentos a los embalses a una tasa mayor que la prevaleciente antes del huracán. Por lo tanto, se reduce más rápidamente la capacidad de almacenamiento de agua de los embalses y tenemos menos agua para enfrentar a las sequías.

Otro impacto de la destrucción de los árboles es que los sedimentos también llegan a la costa, acelerando la mortandad de los ya precarios arrecifes de coral. Los sedimentos son puro veneno para los corales. Participé en una reunión en el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales en la que se informó que durante el huracán María, los arrecifes de la costa norte amortiguaron hasta un 90% de la fuerza del oleaje que afectó a Ocean Park. Teniendo en cuenta la situación de esa área después del huracán, no quiero imaginarme cuál hubiese sido el impacto si no existieran los arrecifes.

La destrucción de árboles continúa afectándonos porque aumenta dramáticamente la turbiedad del agua en los cuerpos de agua que suplen a la AAA. Cuando se suscitan lluvias torrenciales, ahora más frecuentes debido al cambio climático, la AAA tiene que usar más polímeros para tratar el agua.

Estos costos adicionales, tarde o temprano, los pagamos usted y yo. A veces los niveles de turbiedad son tan altos que abruman a las plantas potabilizadoras. La Autoridad, para proteger nuestra salud, suspende el suministro. Otra repercusión de la turbiedad es que afecta la efectividad del proceso de desinfección.

Tenemos que reconstruir nuestra infraestructura verde porque a todas luces rinde beneficios a corto, mediano y largo plazo.

Por el ingeniero Carl-Axel Soderberg